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Paré la moto en una esquina, me saqué el casco y miré a unas chicas, tres, cuatro, lindas, de 14, 15 años, estaban arregladas, un sábado, en una villa. Y vi que eran medio parecidas. Pintó un clima, volví, ¿puedo entrar en tu casa? Entré."
28 de octubre de 2022
Es difícil encontrar una equivalencia adecuada en español para la expresión ("pintó un clima") con la que Jair Bolsonaro, un señor de 67 años, se refirió a la tensión sexual que creyó haber sido recíproca entre él y dos chicas de 14, 15 años, que lo llevó a preguntarles si podía entrar a su casa. Conocido por su falta de control de esfínteres verbales, el presidente brasileño suele desnudar sus perversiones cuando habla sin guión en su particular idiolecto, ya sea en entrevistas a youtubers de extrema derecha, en sus arengas en el corralito del palacio o en transmisiones en vivo por las redes sociales. Tal vez por su dificultad para formar frases con sujeto y predicado, casi nunca consigue filtrar lo que le sale de más adentro; aunque a veces, también, lo hace a propósito.
"Había unas 15, 20 chicas, un sábado por la mañana, arreglándose. Todas venezolanas. Y yo pregunto: nenas lindas, 14, 15 años, arreglándose un sábado. ¿Para qué? Para ganarse la vida."
El presidente vio a unas chicas "de 14, 15 años" y lo primero que pensó es que eran lindas; después, que estaban bien arregladas; después, que eran prostitutas. Y entonces les preguntó si podía pasar. Lo contó la semana pasada, pero ocurrió en 2021, en plena pandemia. Bolsonaro estaba de gira en los suburbios de Brasilia, mostrándose sin barbijo para provocar, haciendo campaña contra el lock down y las vacunas, y promoviendo lo que llamaba "tratamiento precoz" para la Covid-19: un cóctel de medicamentos comprobadamente ineficaces que su gobierno distribuía en bolsitas, sin receta médica, engañando a la población del país que vivió la pandemia en la Tierra Plana. Según relató a Folha de São Paulo una de las mujeres que estaban en la casa, mamá de una de las menores, todas ellas eran refugiadas venezolanas que participaban de un taller de peluquería y cosmética. No estaban "ganándose la vida" como imaginó el presidente, que al salir del lugar olvidó sus fantasías y volvió a la política. En sus declaraciones a los medios después del encuentro, se limitó a criticar las medidas sanitarias de los gobernadores y alcaldes, aprovechando la ocasión para asociarlos con la dictadura de Nicolás Maduro.
"Lamento los superpoderes que el Supremo les dio a los gobernadores y alcaldes para cerrar inclusive salas e iglesias de cultos religiosos. Es el absurdo de los absurdos."
Ahora, después de que sus declaraciones sobre el clima que pintó con las refugiadas venezolanas provocasen un escándalo en plena campaña, Bolsonaro trató de tapar una mentira con otra, acusando al PT de haber sacado sus palabras de contexto (¿en qué contexto no sería aberrante lo que dijo sobre dos nenas de 14, 15 años?) y mandando a su esposa y a una exministra y pastora evangélica, acompañadas por la "embajadora" de Juan Guaidó, a presionar a las mamás para que grabaran un video apoyando su versión. No lo hicieron, pero desde entonces tienen miedo de hablar con la prensa... como antes de escapar de Venezuela. El aspirante a dictador usa al dictador consagrado como espejo y, a la vez, como cuco, bicho papão, proyectando su ideología autoritaria en un adversario que demostró, al gobernar por ocho años su país, que es un demócrata.
En apenas tres frases y tres bizarros episodios parece representarse toda una síntesis del fascismo brasileño, su propaganda y sus fundamentos: la relación dialéctica entre perversión y pánico sexual, la mentira como eje articulador de la propaganda, la grosería orgullosa, la negación de la ciencia, el fundamentalismo religioso, la construcción del enemigo como proyección y el totalitarismo. Bolsonaro explícito.
Lo primero -y más evidente- ha sido marca distintiva del fenómeno político que desembocó en el bolsonarismo, pero lo antecede. Algo más de diez años atrás, cuando la lucha de la población LGBT y las mujeres por igualdad y derechos pasó a ocupar un lugar importante en la agenda política occidental, el capitán Bolsonaro -un militar separado del ejército por terrorismo, que había llegado al parlamento en los '90 como representante corporativo de las Fuerzas Armadas y las policías y había crecido territorialmente vinculándose a la mafia de las milicias de Río de Janeiro- decidió dar un giro en su discurso y asumir la representación de la reacción homofóbica y anti-feminista de base evangélica, para ampliar su nicho electoral. Comenzó entonces a disputar el liderazgo de ese movimiento con pastores y políticos que luego acabaron aceptándolo como líder, como Marco Feliciano, Magno Malta, Silas Malafaia y Damares Alves. Para conseguirlo, decidió ser más brutal, más burdo, más violento, más bravucón, más escandaloso que ellos, y, al mismo tiempo, más fundamentalista: Dios, patria y familia, como decían los integralistas brasileños, movimiento fascista de los años '30. También les imitó la hipocresía y el cinismo, porque, como ellos, es un perverso disfrazado de moralista y conservador.
Cuando ganó la primera vuelta de las elecciones en 2018, Bolsonaro invitó a su residencia de lujo en la Barra da Tijuca -donde era vecino del sicario que mató a la concejala Marielle Franco- a la senadora chilena Jacqueline van Rysselberghe, entonces presidenta de la pinochetista UDI. La senadora fue recibida en un restaurante cercano por dos hombres de su confianza, el senador Magno Malta, pastor evangélico y cantor góspel, y el diputado Onyx Lorenzoni, entonces investigado por corrupción, que luego fue su jefe de gabinete y ahora es su candidato a gobernador en Rio Grande do Sul. Malta llegó a la reunión con una remera negra estampada de su campaña contra el abuso sexual infantil y una cadenita alrededor del cuello, y se la pasó todo el tiempo mirando a una nena que no debía tener más de diez años. Daba asco, miedo y desazón.
Yo estaba allí enviado por la televisión chilena. Cuando salimos, mientras los delegados de Bolsonaro llevaban a la senadora a su residencia, uno de los empresarios chilenos que la acompañaban me preguntó en voz baja: "¿Quién es ese ridículo?". Le conté que había sido el primero al que Bolsonaro ofreció la candidatura a vicepresidente, que su partido no le permitió aceptar porque pensaban que no ganaba. "Vine por negocios y no puedo creer que un tipo que va a ser presidente nos mande a estos impresentables", me dijo.
Magno Malta, que entonces soñaba con un ministerio, era conocido por su sobreactuada campaña contra la pedofilia. Llevaba siempre una laptop llena de videos de pornografía infantil y colegas suyos del Congreso me contaron en off que escapaban cuando lo veían venir, porque siempre quería mostrarles algún video - indignado, por supuesto: mirá esto, qué barbaridad, dale, míralo, mirémoslo juntos. Bolsonaro no le perdonó haber rechazado la vicepresidencia y lo dejó sin su soñado ministerio, que para colmos fue para una de sus exasesoras, la también pastora Damares Alves, más siniestra y mucho más inteligente. Damares, la Tía Lydia de El cuento de la criada, había sido una de las propagandistas de la fake news más dañina de la década pasada: el "kit gay". Decían Bolsonaro, Damares y los suyos que el gobierno del PT estaba distribuyendo un "kit" en las escuelas para "convertir" a los niños al "homosexualismo", con -ismo de enfermedad e ideología. Por increíble que parezca, muchos les creyeron. El pasado 2 de octubre, Damares fue electa senadora por Brasilia. Días después, divulgó en un culto evangélico falsas denuncias sobre pedofilia, contando detalles escabrosos de escenas de sexo oral y anal y tortura de niños en la Isla de Marajó. Dijo que se enteró de todo cuando era ministra (pero no lo denunció a la justicia). No eran más que teorías conspirativas de internet, que el propio Ministerio Público desmintió. Ahora la justicia la investiga a ella, que años atrás fue acusada de secuestrar a una niña indígena, falsificando su adopción. Como ministra, desarticuló y boicoteó todas las políticas públicas de defensa de los derechos humanos y transformó al ministerio en un comité contra el derecho al aborto. Fue ella la exministra que acompañó a la primera dama en el apriete a las refugiadas venezolanas. Praise be.
Es sintomático: la extrema derecha brasileña ha producido en los últimos años una colección de falsas acusaciones de pedofilia y "adoctrinamiento sexual" de niños, reciclando los viejos libelos de sangre contra los judíos de la época de los pogromos, para usarlos contra sus nuevos enemigos: la izquierda, el feminismo y los gays. Falsas denuncias de "corrupción de menores" y montajes de todo tipo sirvieron para perseguir a adversarios políticos, oponerse a la educación sexual o pedir la censura de películas, libros, exposiciones artísticas y obras de teatro. Pero los perversos son ellos. No es la primera vez que Bolsonaro hace insinuaciones sexuales sobre (e inclusive enfrente de) niñas, ni es el único de la banda con esas obsesiones. El diputado paulista Arthur do Val, conocido como "Mamãe Falei", fue destituido después de viajar a la frontera de Ucrania para asediar sexualmente a jóvenes mujeres que huían de la guerra. En grupos de Whatsapp, contaba que "son fáciles porque son pobres". El concejal carioca y expolicía Gabriel Monteiro también perdió su banca tras varias denuncias de acoso sexual y un video de sexo con adolescentes: lo hacía delante de sus asesores y lo filmaba. La diputada y pastora Flor de Lis, amiga de la primera dama y detenida el año pasado, prostituía a sus hijas adoptivas y mandó a uno de sus hijos a matar a su marido, entre otras aberraciones de película de terror. El exconcejal José Renato da Silva está siendo investigado por la policía por la violación su hija y sus nietas de 6 y 7 años. El músico Fred Pontes, presidente de la Asociación Nacional de Conservadores, fue condenado a seis años de reclusión por abuso sexual de una niña, menor de 14 años. Todos bolsonaristas y "defensores de la familia y los valores cristianos".
En sus discursos, hay que proteger a los niños de conspiraciones imaginarias, como la inexistente "ideología de género" en la escuela, el cine o la literatura. Para preservar la inocencia angelical de las criaturas, hay que censurar películas, libros y hasta cómics de Marvel, como intentó el pastor y exalcalde bolsonarista Marcelo Crivella, que mandó inspectores municipales a la Bienal del Libro de Río de Janeiro, en 2019, para secuestrar la revista de los Jóvenes Vengadores en la que Hulkling le daba un beso a Wiccan. Para impedir el adoctrinamiento del "lobby gay" y las "feminazis", hay que prohibir cualquier política de prevención del bullying homofóbico y la violencia de género en las escuelas, o cualquier forma de educación sexual. Pero luego, en la práctica, ellos roban niños y los registran como propios, o los violan, o les enseñan a usar armas, o dicen que "pintó un clima" con nenas de 14, 15 años. En otra transmisión en vivo por Facebook, Bolsonaro llevó a una niña de 10 años y la expuso frente a las cámaras, defendiendo el trabajo infantil y hablando con ella sobre héteros y gays. De repente, cuando la nena comentó que había "comenzado temprano" a trabajar, el presidente empezó a reírse como un pícaro y a insinuar que la nena, que ni siquiera entendía el chiste, estaba admitiendo que no era virgen. Cuando los nenes son varones, los sube a upa y les enseña cómo disparar con un revólver.
La relación dialéctica entre perversión y pánico sexual ha sido uno de los ejes estructuradores de la identidad bolsonarista: al mismo tiempo que se presenta como el último defensor de los valores familiares tradicionales y cristianos, el presidente hace guiños constantes a sus fans macho-alfa misóginos y violentos, que siempre se sintieron acorralados por la "corrección política" y ahora tienen un líder que les dice que es como ellos, que van a volver a mandar. El sexo también ha sido, en la propaganda bolsonarista, su primer batallón en la guerra propagandística que permitió imponer la mentira sistemática como método, reciclando las viejas enseñanzas de Hitler y Mussolini que describe Federico Finchelstein en su libro Breve historia de la mentira fascista. La viralización digital de fake news de los fascistas 4.0 brasileños empezó con el "kit gay" y la "mamadera de pija" y luego se expandió en todas las direcciones, hasta llegar a la distopía orwelliana actual, en la que todo es mentira y, sobre todo, toda mentira es posible, porque la primera condición de pertenencia de la secta virtual del Mito es el rechazo del conocimiento científico, la información pública, el periodismo, la literatura y el arte, y hasta la negación de la observación empírica. Todo ello reemplazado por el privilegio de los iniciados que conocen la "verdad verdadera" a través de grupos de Whatsapp, cultos evangélicos, podcast, transmisiones en vivo del presidente y medios adictos, donde les cuentan lo que la conspiración de los comunistas, la TV Globo, los diarios izquierdistas, "el lobby gay", "los derechos humanos", "el globalismo" y el PT venían escondiéndole al pueblo de Dios.
A principios de mes, cuando volví a Río de Janeiro para votar por Lula, escuché de electores bolsonaristas que Lula debía miles de millones a Hacienda, que su hijo era dueño de empresas y propiedades inexistentes, que el conductor del noticiero de la Globo, William Bonner, trabajaba para el expresidente, que todos los periodistas son comunistas, que en Brasil hubo menos muertes por COVID-19 que en el resto del mundo, que no hay inflación, que Lula está condenado en varias causas penales pero la prensa las esconde, que los traficantes de drogas brasileños son todos del PT, que Bolsonaro ganó en la primera vuelta pero hubo fraude con las urnas electrónicas, que si Lula vuelve al gobierno va a cerrar iglesias y perseguir a los cristianos, va a implantar baños unisex en las escuelas, expropiar casas, promover el aborto e instaurar una dictadura comunista. Esas estupideces se esparcen por el país con millones de mensajes en los subterráneos del Zapistão bolsonarista y las redes sociales. Luego, son confirmadas en sus cultos por los pastores evangélicos aliados al presidente, en medios "conservadores" por comentaristas incultos y gritones y hasta en documentales y filmes por la Netflix facha, curiosamente llamada "Brasil Paralelo", que dice contar ya con casi 400 mil suscriptores. Una parte de la población vive en esa versión del multiverso en la que las vacunas traen microchips y el marxista Joe Biden le hizo fraude a Donald Trump.
La justicia electoral está haciendo lo posible (aunque es poco, extremamente tardío y con instrumentos que no dan cuenta de la complejidad del universo digital) para frenar la monstruosa contaminación de la campaña electoral por el mecanismo de producción a escala industrial y divulgación fulminante y descentralizada de mentiras del presidente Bolsonaro. Pero, a la vez, ese remedio se transforma muchas veces en combustible para nuevas fake news. En los últimos días, la emisora de TV y radio de extrema derecha Jovem Pan lanzó una campaña, replicada por el presidente, acusando falsamente al Tribunal Superior Electoral de censurar a la prensa y atacar la libertad de expresión. En vivo, llegaron a señalar a un hombre cualquiera que caminaba por la redacción y dijeron que era un censor del tribunal. El pastor evangélico André Valadão divulgó un video en el que, con expresión seria y asustada, se "rectificaba" por diversas mentiras que había dicho sobre Lula, diciendo que lo hacía obligado por una medida cautelar de la justicia electoral. También era falso: no había ninguna cautelar, ni siquiera un proceso, nada. Influencers bolsonaristas publican en Instagram anuncios que dicen "publicación removida por orden de la justicia electoral", pero también es falso. La campaña busca, por un lado, reforzar la idea de que existe una "verdad" perseguida y, por el otro, preparar el terreno para cuestionamientos al resultado de las elecciones, acusando al TSE de parcialidad y fraude. Y mientras, el presidente sigue inventando más mentiras:
"Don Lula, amistad con bandido. Yo conozco Río de Janeiro, usted estuvo actualmente en el Complexo do Salgueiro. No había ningún policía a su lado. Solo traficantes."
Con su propia sintaxis y geografía, confundiendo hasta el nombre del barrio, Bolsonaro se refirió durante el primer debate de la segunda vuelta a la visita que su adversario había realizado días atrás al Complexo do Alemão, uno de los mayores conjuntos de favelas de la zona norte de Río de Janeiro, con 180 mil habitantes. El gigantesco acto de Lula reunió a miles de familias del barrio, ahora acusadas de delincuentes por el presidente ante millones de espectadores. Asustado por el tamaño de la multitud que recibió a Lula, Bolsonaro encargó a sus milicias digitales que desparramaran la mentira de que era gente movilizada por los traficantes de drogas y que el gorro deportivo con la sigla "CPX" que llevaba el expresidente lo identificaba como "camarada" de esa facción. Pero la sigla significa "complexo", en referencia al nombre del barrio, así como NYC quiere decir New York City y BCN, Barcelona. Como si no bastara, su legión de mentirosos usó en las redes una foto de Lula con un joven negro, Diego Raymond, actor en series de la TV Globo, diciendo que era un peligroso narco. Luego de que todo eso ya había sido desmentido por todos los medios periodísticos profesionales de Brasil, el psicópata lo repitió en el debate. Fue una de las decenas de mentiras que dijo, una atrás de la otra, sin parar, sin ponerse colorado.
Lo cierto es que la visita de Lula a la favela la organizó mi amigo René Silva, un periodista brillante que fundó en su adolescencia un periódico comunitario y hoy lidera un colectivo de periodistas y activistas sociales que actúa en distintas favelas cariocas. René es reconocido en todo el mundo por su trabajo y ya fue citado como "uno de los jóvenes que van a cambiar el mundo" por los diarios The Guardian y New York Times. Pero la verdad no importa a los fascistas: su táctica es producir una cantidad tan inmanejable de mentiras sobre los asuntos más diversos, y desparramarlas por tantas vías en el universo digital, los medios adictos al régimen y los cultos evangélicos, que sus adversarios tengan que dedicar la mayor parte de su tiempo a defenderse de acusaciones inesperadas y espeluznantes, en vez de divulgar sus propias ideas y propuestas.
Del mismo modo que con la pedofilia y la referencia a Venezuela, el bolsonarismo recurre a la proyección al definir a su enemigo, porque quien realmente tiene como principal soporte analógico en el territorio a bandas delictivas es Jair Bolsonaro, que desde siempre se relaciona y hace política y negocios con la mafia de las milicias, que controla militarmente buena parte del territorio carioca y fluminense y es una banda de asesinos.
La propaganda fascista, además de intoxicar la campaña electoral de mentiras, es un muy eficaz mecanismo de producción de ideología. Porque, además de difamar a Lula, como antes lo hizo con Fernando Haddad y Manuela D'Ávila, y desde muchos años antes con el exdiputado Jean Wyllys y la exministra Maria do Rosário, Bolsonaro y sus aliados atizan el fuego de los prejuicios, resentimientos y odios preexistentes, que durante tanto tiempo ayudaron a cultivar. Por eso las mentiras funcionan. Era absurdo, insólito que alguien creyera, años atrás, que Wyllys quería legalizar la pedofilia y el matrimonio de adultos con niños, o bien que había presentado un proyecto de ley para instaurar la enseñanza obligatoria del Islam en las escuelas. Justo el Islam y justo Jean, que es gay. Pero ese era el problema: Jean es gay y muchos brasileños fanatizados por pastores lo odiaban por eso, de modo que esas y otras mentiras les servían para justificar un sentimiento injustificable, para decir que no era por homofóbicos que lo odiaban, sino porque Jean era peligroso para los niños, como los judíos que bebían sangre de niños según la propaganda antisemita de los años de Kishinev. Cuando Bolsonaro dice que los miles de personas que recibieron a Lula en las calles del Alemão son "todos traficantes" y usa la imagen de un joven negro para eso, está diciendo es que pobres y negros son escoria. Está apelando al racismo y el clasismo de una parte del electorado, que quiere una policía que meta bala "en la cabecita", como decía el exgobernador fluminense Wilson Witzel, y que todavía no tolera que, gracias a Lula, haya negros y favelados en la universidad.
"Un mundo psicótico, este en el que vivimos. Los locos han tomado el poder. ¿Cuánto tiempo hace que lo sabemos? ¿Lo enfrentamos? Y... ¿Cuántos de nosotros lo saben? Tal vez, si sabemos que estamos locos, entonces no estamos locos. O estamos, por fin, dejando de estar locos. Despertando. Supongo que solo unas pocas personas son conscientes de ello. Gente aislada, aquí y allá. Pero las grandes masas... ¿Qué piensan? Cientos de miles de personas, aquí, en esta ciudad, ¿se imaginan que viven en un mundo saludable o adivinan, vislumbran, la verdad...? Pero, pensó, ¿Qué significa estar loco? Una definición jurídica. ¿Qué quiero decir con esto? Lo siento, lo veo, pero ¿Qué es? Pensó: es algo que hacen, algo que son. Es su inconsciente. Su falta de conocimiento de los demás. No saben lo que les están haciendo a los demás, no saben la destrucción que han causado y están causando. No, pensó. No es eso. No sé; siento, tengo la intuición. Pero... son deliberadamente crueles... ¿es eso? No. Dios mío, pensó. No puedo entender qué es, no puedo verlo claro. ¿Ignoran partes de la realidad? Sí. Pero es más que eso".
Lo escribió Philip K. Dick en 1962, en su libro El hombre en el castillo. Hablaba de una realidad paralela en la que Hitler había ganado la Segunda Guerra Mundial. Es una obra fascinante que habla del fascismo, pero también de la quiebra del antagonismo entre la mentira y la verdad.
Al final, ¿Cuál de las realidades paralelas de la novela es cierta? ¿Es acaso aquella distopía inevitable?
El 30 de octubre, en la elección más importante de su historia, los brasileños tendrán que decidirlo.
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Bruno Bimbi es periodista, escritor y doctor en Estudios del Lenguaje por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Fue corresponsal en Brasil para Todo Noticias y es autor de Matrimonio igualitario (Planeta Argentina) y El fin del armario (Marea). Después de diez años Río de Janeiro, dejó Brasil tras la elección de Jair Bolsonaro y ahora vive en Madrid.
Los restos del Sumo Pontífice fueron trasladados a la basílica de San Pedro, donde permanecerán durante tres días hasta su funeral este sábado.