Cromañón, nunca más

Una tragedia colectiva en la voz de quien estuvo ahí y vivió para contarlo. A dieciocho años de la noche más larga, un sobreviviente recuerda lo sucedido y denuncia lo que aún resta por hacer.

30 de diciembre de 2022

El 30 de diciembre de 2004 hacía calor. Era el día previo a Fin de año, con todos sus rituales. Hasta que la fiesta se apagó con fuego. Esa noche se incendió República de Cromañón.

Aquella noche murieron 194 personas. La mayoría tenía entre 17 y 19 años. Entre los fallecidos hubo jóvenes, niños y hasta bebés. A casi 20 años, todavía hay mucho por contar.

Carlos Martín Adamini (37) tenía entonces esa edad. Estuvo allí esa noche. Seguía a la banda Callejeros porque se identificaba con sus canciones. "Pensaba que a través de sus letras podían llegar a promover el entusiasmo para cuestionarnos qué tipo de futuro se avecinaba, qué presente nos tocaba", dice.

Lo cierto es que el mayor cuestionamiento hacia el futuro llegaría, lamentablemente de la mano de la peor tragedia. Después de Cromañón todo cambió. Tenía que cambiar, sobre todo las responsabilidades de cuidado y seguridad tanto para las bandas como para el público.

30 de diciembre

El suceso dejó en evidencia la ineptitud y la corrupción. Ya no se podía hacer la vista gorda. "Lo que sucedió fue que cada uno de los que organizaron el recital aportó un eslabón a la cadena. Tanto los culpables como los responsables y hasta los inocentes. Todos actuaron de eslabón y nadie hizo de llave", asegura. Y recuerda que "fuimos a ver a una banda en un lugar que lo anunciaron para 5.000 personas, y no tenía capacidad ni para 2.000. Nos encerraron en una caja con candado y llave, para que nadie más entre, pero para que nadie más salga

En las noches previas, Carlos había ido varias veces a Cromañon. El 30 no iba a ir pero un amigo le pidió que lo acompañara y tenía entradas. Dijo que sí. Esa noche cerraron la puerta con candado.

"Antes de irme le avisé a mi viejo que me iba al recital y le dije: Hoy se prende fuego Cromañón ", cuenta. Aun no sabe por qué lo sentía así. Pero lo sentía, y lo expresó en voz alta.

El hecho

Adentro del boliche Charly trató de tomar todos los recaudos posibles. "La banda soporte tocó el último tema, que fue "Ji Ji Ji", y ya era insostenible. Fuimos a un costado, donde la visión era directa a la puerta. Desde ahí se veía la luz de la calle".

"Vimos una pelotita de pirotecnia quedarse pegada en el techo y enseguida vimos caer gotas de fuego. Ahí nos fuimos corriendo con mi amigo", relata. El trayecto duró 10 segundos. "Entonces, miro para atrás y veo que se apagó la luz adentro. Lo que puedo contar es lo que ocurrió afuera, que es lo que más me cuesta retener. Como diría Borges, "La memoria borra lo que la quema'", resume.

Afuera, trataron que nadie tapara las salidas, de que no reingresaran quienes habían salido. Desde un teléfono público en Plaza Once avisó a sus padres lo que sucedía y que se quedaría a ayudar. "Cuando volví era tremendo el panorama. Llegaban las primeras ambulancias y no daban abasto. Los pibes caían desmayados en la puerta del lugar". Carlos colaboró tomándoles el pulso de los pibes desvanecidos, dándoles aire o agua a quienes lo necesitaban.

El día después

"Me desperté con mi vieja llorando al lado mío, diciéndome '¡Ay, hijo, menos mal que estás acá!" Esa mañana, Charly se enteró de la muerte de sus amigas Carlita, Paula y su hija de 7 años, Agustina. "Ahí entendí que había sobrevivido a una de las tragedias más grandes del país. Y me agarró un sentimiento de culpa muy grande por no haber podido hacer algo más para evitar que murieran tantos pibes. Tenía más sentimiento de culpa porque sabía, sentía que se iba a prender fuego y no se lo había contado a nadie más que a mi viejo".

Los cambios

Carlos, como muchos otros sobrevivientes, necesitó tiempo para procesar todo. Especialmente para "poder soltar el sentimiento de culpa. Eso me llevó muchos años". Hoy sigue en contacto con familiares de las víctimas y con los sobrevivientes, siempre "intentando desde mi implicación para que sea justicia".

La huella quedó. No volvió a asistir a recitales de esa magnitud, "ni a puertas cerradas, ni en la calle. Ya no subo a colectivos rebalsados de gente. Dejo pasar los subtes donde la gente está amontonada, donde estamos todos apretujados, no se puede respirar y se viaja como ganado. Lo hago porque siento que hay algo que no anda bien si es de esa forma, y porque esta vez estoy un poco más en favor de lo que siento", concluye.

Los hechos sucedieron y no hay vuelta atrás, pero la voz de los sobrevivientes, de los que estuvieron es l camino para continuar la lucha por justicia. Sólo así será posible cumplir con eso con lo que, lo digan o no, todos los sobrevivientes sueñan: Cromañón, nunca más.

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