Sociedad
Con recursos insuficientes y una enfermedad que pareciera llegó para quedarse, el personal médico de los hospitales públicos claman asistencia del Estado mientras el mosquito avanza de manera implacable
Por: Matías Ferrari
13 de abril de 2024
"La Doctora" se asomó por la pequeña ventana del container que da al amplio patio que hace las veces de guardia. Notó la impaciencia que crecía a su alrededor y decidió, finalmente, salir.
-¡Fernáaaannnnndez! -gritó.
En el patio se armó un pequeño alboroto. Un señor de unos 60 años se acercó hasta ella.
-Tenés las plaquetas bajas. El potasio sigue bajo, también. Tenés que tomar agua. Paracetamol y agua. Y hacer reposo, eh. Te venís de vuelta en dos días, ¿está bien? -le dijo. El hombre asintió.
"¡La Doctora, salió La Doctora!", se escuchó enseguida en la guardia. De pronto se armó una fila frente a ella, que era muy fácil de identificar: llevaba puesto un ambo blanco y cargaba una pila de papeles en su brazo derecho. Eran los estudios de sangre de los pacientes.
Como pudo, los empezó a atender. Los llamó por apellido: a Zaracho le explicó que el sarpullido y la picazón pueden durar unos días más, pero que ya está bien; a Saldívar lo mandó a sacarse sangre; a Gómez, le aclaró que puede o no ser dengue, que el PCR tarda 48 horas y que vuelva con el resultado. Y así, uno por uno.
Cuando terminó la faena, habló con El Editor:
-Es así todos los días, desde hace dos meses. Hacemos lo que podemos. Pero hasta ahora no tuvimos mayores problemas y estamos pudiendo atenderlos a todos. Aunque haya que esperar mucho, -dijo antes de meterse otra vez dentro del container.
Foto: Silvana Colombo.
La guardia revienta
"Yo la ví laburando los feriados, los días de franco, sin parar", dice Fabián sobre "la doc", y cuenta que lleva diez días enfermo y que ya pasó varios en la guardia, así que el lugar se le hizo familiar. Adriana, su compañera, que también carga con el virus, asiente. Los dos viven en Lanús, y se atienden en Capital. Fueron y vinieron cruzando el puente La Noria tres veces en el lapso de una semana. Esperan que ésta sea la última.
La guardia del Hospital Penna revienta: las personas que acuden son más de un centenar. Están repartidas en ese patio interno que sirve como distribuidor de las distintas áreas del hospital, pero que ahora es el sector específico para atender los casos de dengue. Casi todos están sentados en los bancos de cemento o de madera que están repartidos entre los árboles y los canteros. Se ven madres con sus chicos a cuestas, jóvenes, adolescentes, adultos mayores. Los que no están impacientes por un turno están visiblemente enfermos: se los identifica por tener los ojos hundidos, síntoma inconfundible de la fiebre. Esa misma escena, confirma el resto de los médicos, se repite todos los días desde que la epidemia -la más fuerte de la que se tenga registro en el país- se salió fuera de control, en febrero de este año.
"Y eso que hoy está bastante tranquilo", dice, pese a todo, Lorena. Ella ya pasó lo peor del virus, pero está sentada en el patio interno para acompañar a su mamá, Alicia, que ya no tiene fiebre pero le dura el sarpullido y un dolor en el cuerpo que no puede describir, porque el cansancio es tal que hablar le requiere un esfuerzo descomunal. Lorena habla por ella: "El último análisis de sangre, hace dos días, le dió bastante mal. Tiene las plaquetas muy bajas. Por ahora, al menos, no la van a internar, al menos eso nos dijo la doctora". Después cuenta lo que vió los primeros días en ese mismo lugar, cuando llegó por primera vez, hace una semana: "Parecía The Walking Dead".
Foto: Silvana Colombo.
La peor epidemia
Desde que se desató la epidemia de dengue, la mira estuvo puesta en la reacción del Gobierno: durante semanas faltaron en igual medida repelentes para combatir el mosquito como políticas públicas de difusión para concientizar sobre la forma de evitar los contagios. Las vacunas también faltaron: el ministro de Salud, Mario Antonio Ruso, salió a denunciar un supuesto lobby de los laboratorios para obligar al Ejecutivo a comprarlas.
En el mientras tanto, la enfermedad se propagó como nunca antes en el país. Las guardias de los hospitales, públicos y privados, estallaron. El último boletín epidemiológico nacional dice que la enfermedad transmitida por el Aedes aegypti provocó la muerte de 161 personas y más de 230 mil contagios en todo el país.
Foto: Silvana Colombo.
El vicedirector del Hospital Muñiz, Juan Carlos Cisneros, dijo a El Editor que el pico de la enfermedad se produjo a mediados de marzo, cuando llegaron a atenderse entre 80 y 90 casos diarios sólo en su hospital. "Ahora estamos en 60 o 65 casos por día, y son más los pacientes que llegan para chequear la evolución de la enfermedad que los que vienen con los primeros síntomas", remarcó respecto de lo que considera un "amesetamiento" en la evolución de los contagios.
La guardia del Muñiz está preparada para unos 40 pacientes diarios, así que hubo que hacer malabares para no saturarla. Se abrieron, como en casi todos los hospitales públicos porteños, salas especiales de atención, y se amplió la capacidad operativa del laboratorio.
Pero a la hora del balance, la sensación es que no alcanzó. "Nos sentimos abandonados por el Gobierno nacional", disparó Cisneros.
"Nosotros deberíamos tener la vacuna. Y repelentes. En el Muñiz se atienden muchas personas de barrios populares, tanto de la Ciudad como del conurbano. A mí personalmente me da vergüenza mandarlos de vuelta a la casa sin esas dos cosas básicas para controlar los contagios", sostuvo.
Foto: Silvana Colombo.
En la primera semana de abril, en el Muñiz había unos 30 internados con la enfermedad, y ya se contaban tres personas muertas, que llegaron con cuadros complicados. Cisneros teme que la cosa empeore: la enfermedad, por el cambio climático, puede volverse endémica. "Llegó para quedarse", asegura, y pone la lupa en las nuevas cepas que puedan propagarse y provocar una situación aún más grave en los años venideros.
¿Qué se pudo hacer y qué no se hizo? "Los primeros signos de que estábamos ante una epidemia sin precedentes la tuvimos ya a principios de enero. Alertamos a las autoridades, pero no obtuvimos respuesta", aclaró. "No hubo una campaña nacional a la altura del desafío. En estos casos hay que saturar con información. Pero no hubo nada. Faltó voluntad política", remató.
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La oposición afinaba el lápiz y seguirá sacando cuentas hasta el miércoles próximo, cuando está convocada la sesión en la Cámara de Diputados, para comprobar si le alcanza para juntar dos tercios, doblegar el veto del presidente de Javier Milei a la ley de financiamiento universitario y, así, dejar vigente la norma.