Entre la ética y el negocio: ¿Podemos"revivir" digitalmente a alguien?

La inteligencia artificial avanza a una velocidad asombrosa. Y cruza límites inimaginados. Ahora que podemos "revivir" a familiares y celebridades con su ayuda, llega la pregunta: ¿es ético? ¿Es necesario? ¿Es peligroso? ¿Es legal?

22 de noviembre de 2022

En el principio fue la curiosidad. Y la tentación. En febrero de 2021, una empresa de reconstrucción de líneas de linaje llamada My Heritage (mi herencia) lanzó una aplicación llamada Deep Nostalgia (Nostalgia profunda) con una propuesta sorprendente: subir la foto de alguien fallecido -una abuela, un padre, esa bisabuela a la que ni siquiera conocimos), dejar que la Inteligencia Artificial (IA) hiciera su magia y tener así un pequeño video de nuestro antepasado, sonriendo, haciendo un gesto y moviendo la cabeza. Y, claro, fue un éxito rotundo porque (además de a familiares) permitía "revivir" a personalidades históricas. A Ludwing Van Beethoven, por caso:

Link Twitter @attilalondon

#DeepNostalgia pic.twitter.com/z3jpRoXPD8

Un año después y millones de descargas más tarde, esta aplicación que recurre a la inteligencia artificial y al deep learning (aprendizaje profundo) para "reconstruir" el momento previo a que esa foto fuera tomada ya era un éxito.

Pero, atención, porque el programa en realidad no "reconstruye" nada sino que trabaja con una suerte de plantilla o programa de movimientos que aplica sobre la imagen que nosotros hayamos querido subir. Así es como terminamos viendo al abuelito girando la cabeza, haciendo un guiño o una mueca y, finalmente, "posando" para la foto que nos quedó de recuerdo.

Ahora bien, los resultados de ese ejercicio de nostalgia en el que millones de personas terminaron enganchándose entran en la categoría de lo que se conoce como "engaño profundo" (deep fake) porque eso que estamos viendo, en realidad, no ocurrió nunca. Es una recreación, es la inteligencia artificial contándonos una historia. Una más. Ese fue el caso de un famoso comercial de una cerveza española protagonizado por Lola Flores, La Faraona...muerta casi treinta años antes.

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Tampoco es real que Elon Musk haya cantado una canción de Rosalía, como podemos ver en la página de la empresa canadiense Wombo, dedicada a la inteligencia artificial aplicada al entretenimiento. En cualquier caso, la inteligencia artificial puede hacernos ver y escuchar lo que nunca existió. Y eso despierta toda clase de debates. Empezando por los éticos y siguiendo por los legales, claro.

El debate por la resurrección tecnológica

¿Podemos disponer libremente de las imágenes y de los audios de las personas que ya no están aquí? ¿Podemos mantener "vivas" sus páginas en Facebook, como si fueran ellas quienes siguen subiendo fotos y comentarios? ¿Y su Twitter? ¿Qué pasa con alguien que falleció, no dio instrucciones al respecto y en función de ese vacío (y de la añoranza, claro) sucede que sus amigos, familia o admiradores siguen twitteando como si tal cosa?

Este debate todavía está a años luz de Argentina, pero en otros lugares (como Estados Unidos o Europa, concretamente) ya hay acciones al respecto y maneras de resguardar nuestro "otro yo digital" después de la muerte. Eso sí: hay que dejar todas las indicaciones asentadas específicamente en un testamento específico, llamado testamento digital. Caso contrario, nuestro paso por el ciber espacio habrá dejado una huella de la que cualquier otro puede disponer.

Hoy existen, de hecho, espacios como Dead Social o If I die para seguir manejando nuestro "legado digital" subiendo posteos, twitteando y hasta haciendo declaraciones de amor después de nuestra muerte. Pero existe también una figura como la del "albacea digital", que no es otra cosa que la persona a quien nosotros le hayamos el manejo de nuestras redes sociales cuando ya no estemos por acá.

Parece -y es, de hecho, similar a - un capítulo de Black Mirror, pero es también un dato de la realidad: cada vez más personas (o los familiares de esas personas) deciden alcanzar una suerte de Paraíso 2.0 en donde seguirán viviendo para siempre en función de sus posteos. Un solo dato: según un estudio de la Universidad de Oxford, se estima que para fin de siglo Facebook será un verdadero "cementerio digital", con 4.900 millones de cuentas de usuarios fallecidos pero no identificados como tales.

En ese sentido, el auge de los bots de personalidades de la cultura son otro fenómeno interesante: desde Alfonsina Storni hasta Julio Cortázar, muchos miembros de nuestro Olimpo nacional de escritores y escritoras ya tienen su propio bot. El de la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, por ejemplo (auto definido como "un bot triste"), se pasa el día twitteando al azar las frases de sus diarios y de los poemas que todos recordamos.

¿Cualquiera podría hacer eso con nosotros? ¿Cualquier persona podría inventarse una cuenta a nuestro nombre y "revivirnos" de este modo? Pues, sí. Si no nos ocupamos de dejar asentado qué pasará con nuestro alter ego en las redes antes de morir, el uso que se haga de ese legado no puede ser reclamado por nadie. Ergo, todos podríamos ser "resucitados" digitalmente algún día, lo que- además de profundamente perturbador- podría entrar en conflicto con varios derechos no ya de las personas fallecidas sino de su familias y herederos. Y en ese caso, definitivamente, ya nadie podría descansar en paz.

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