Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015)
Aunque siempre estuvieron ahí, en los tiempos modernos que corren la cuestión toma algo de distancia. Si bien el cine es una industria necesariamente comercial por los altos costos de las producciones, el apuntar de manera obscena a querer aprovechar un poco más una historia ya contada puede verse como un acto innecesario y poco fiel a las raíces. Pero, hecha la ley, hecha la trampa y no siempre volver sobre un relato es por definición una mala idea. Más aún, la historia del cine demuestra que muchas veces el gran público se manifestó en contra de una secuela a partir del anuncio pero-una vez estrenada la segunda parte- la gente descubrió que se acercaba en calidad a su versión original. Tal es el caso de Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) -de la cual por cierto se confirmó un nuevo spin off- o Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017).
Si bien se trata de otro fenómeno, las secuelas comparten universo simbólico con las remakes. En ambos casos desemboca como idea querer aprovechar un universo ya construído, personajes ya presentados y "testeados", y una historia inicial ya aceptada por, al menos, un sector del público. Esto también viene de antaño: Ben-Hur (William Wyler, 1959) es una película histórica que no por eso deja de ser una remake de aquella con mismo título estrenada en épocas de cine mudo. Y The Thing (John Carpenter, 1982) y Scarface (1983) son otros ejemplos de lo mismo.

Terminator: Judgement Day (James Cameron, 1991)
La aceleración, la explotación del recurso y el consumo hipnótico e inconsciente de estímulos constantes protagonizan hoy las bases de todo aquello que atraviesa nuestros ojos. A partir de esto, hoy, las secuelas, las sagas, las remakes y toda bifurcación que signifique una ramificación de una película original conforman gran parte de las producciones hollywoodenses y por ende ocupan un porcentaje importante de las salas de cine, así como también de la cartelera disponible en las plataformas de streaming.
Star Wars, Marvel, DC, Batman, Indiana Jones, Duro de Matar, Hombres de Negro, Cazafantasmas, y la lista podría seguir. Todas ellas constituyen un universo de unidades que no surgió siquiera en este siglo, pero que en el mismo sí lograron explotar el recurso hasta el punto máximo. Incluso en momentos donde la idea de una secuela o precuela es absurda, aparece la necesidad de contar la historia de, por ejemplo, un personaje secundario, como con Furiosa de Mad Max o con la serie The Mandalorian, derivada del mundo Star Wars. De alguna forma u otra, cuando el recurso parece haber llegado a su tope, de algun modo se reinicia. Y un nuevo concepto nace, arraigado a un contexto efímero, a modo de salvación.
Nostalgia y resurrección
Indiana Jones and the Temple of Doom (Steven Spielberg, 1984)
Dar vueltas sobre lo mismo puede satisfacer algunas necesidades. De hecho, la realidad es que no muchas personas se oponen cuando se anuncia una nueva película de Batman -aunque quizá este ejemplo no sea el mejor porque el "caballero de la noche" ya nos tiene un tanto saturados- o la siguiente de Marvel, algo ya abrazado por una generación entera. Mucho menos van a defenestrar de antemano la segunda parte de una película original con material para continuar desarrollando, como en su momento lo fueron Indiana Jones (1981) o -en un ejemplo más reciente- Iron Man (2008). Hoy, ver a los protagonistas de estas películas provoca una nostalgia que se genera con su presencia en la pantalla.
Las secuelas se tejen con hilos de melancolía, resurrección de historias pasadas y espíritu comercial. Es probable que saturen, que haya abuso de imagen y de personajes, de historias rebuscadas que no llegan a ninguna parte o de varias cuestiones más que desemboquen en el poco cuidado del producto de raíz. Con estas características predominando en gran parte de este tipo de películas, el guión original es siempre el que triunfa: aquel relato que propone otra historia, otro enfoque o un punto de vista novedoso. Se oxigena entonces de manera cuasi heroica la oferta cinematográfica.
The Godfather II (Francis Ford Coppola, 1974), considerada la mejor secuela de la historia del cine
¿Entonces? Digamos que el interés del público existe. Y pervive. Ya sea por marketing, por nostalgia de una obra o personaje o por la simple curiosidad de ver cómo continúa algo que nos interesó, el atractivo sigue ahí. Y esto se confirma con el estreno de Avatar 2 (James Cameron, 2022), un éxito rotundo con su primera película y que ya antes de estrenarse tenía una multitud de espectadores asegurada. Las secuelas son un arma de doble filo, y una que no suele tener muy buena puntería. En momentos de sobrecarga audiovisual el margen de error es más grande; es en el criterio artístico y en el entendimiento profundo del público donde parecería estar el secreto del éxito de una continuación. Porque si existe El Padrino II, definitivamente todo es posible.