Cultura
Dentro de la gran tradición teatral que tiene nuestro país, el género teatral clown es elegido para contar hitos, tragedias y eternos interrogantes del devenir político y social criollo
Por: Eugenia Tavano
20 de mayo de 2028
Es sabido que la realidad siempre supera a la ficción. Pero también es cierto que tanto la realidad como la ficción pueden ser trágicas o absurdas, entre otros adjetivos que podrían nombrar matices infinitos. Sin embargo, hay un lenguaje que parece ser predilecto, dentro la vasta tradición escénica argentina, para contar los acontecimientos de la historia nacional. Se trata del clown, esa forma teatral que tiene sus orígenes en los bufones de la farsa griega y que a lo largo del tiempo y el derrotero de cómicos y caravanas ha mutado y conquistado audiencias, hasta su desembarco (literal) en el decimonónico paisaje del Río de la Plata.
Del
célebre personaje Pepino el 88 que supo encarnar José
"Pepe" Podestá en la compañía que fundó junto con sus hermanos (piedra angular
del teatro tanto en éste como aquel lado de la orilla), y hasta las puestas del
Grupo de Teatro Catalinas Sur, colectivo artístico pionero del teatro comunitario
en toda la región, o las obras de Mauricio Kartún -atravesadas por diversos espectáculos y artistas-, la payasada argentina se
sostuvo vigorosa durante más de un siglo para hablar de los avatares políticos
y sociales de la Patria.
"Quizás una de las características que distinguen al clown y también a sus primos hermanos, que serían las máscaras y los títeres -no en vano se dice que la máscara más pequeña está en la nariz del clown, o el títere más pequeño está en la nariz del clown-, es que son lenguajes que gozan de una absoluta impunidad", cuenta a El Editor Gonzalo Guevara, actor, titiritero y artista multifunción de Catalinas Sur. "La mayor atrocidad hecha por un payaso siempre es más digerible, siempre se toma de forma distinta, por lo cual es ideal para contar situaciones densas y meterse con cuestiones mucho más difíciles de narrar desde el naturalismo o el realismo".
Mike Amigorena y Osqui Guzmán en una escena de El niño argentino
Justamente este año, con motivo de cumplirse 40 años desde su creación, la agrupación fundada en el bario de La Boca por el director Adhemar Bianchi repone en su mítico "galpón de Catalinas" la llamada trilogía histórica, formada por las obras Venimos de muy lejos, El fulgor argentino y Carpa quemada. En todas, el clown está presente de alguna u otra forma, entre elementos del sainete o la murga (Bianchi es un uruguayo aquerenciado en el país desde los '70). Pero en Carpa quemada no sólo se utiliza como una herramienta más, sino que es directamente un payaso, el icónico Frank Brown, el protagonista indiscutible de la pieza. Adelantado como los Podestá, el artista anglo-argentino que llegó a ser favorito del público y del mismísimo Sarmiento, usó la caótica política telúrica de fines del 19 para ironizar en sus shows. Así, cerca de los festejos del Centenario, la juventud reaccionaria de la oligarquía porteña no toleró ver el circo de Brown emplazado en medio del centro de la ciudad: el presagio de la carcajada de la chusma obrera les resultaba intolerable a los "nenes bien", y así fue que le prendieron fuego. Nada para reírse, ¿o quizás sí?
Milonga sin variaciones, dos payasos interpretados por Carlos March y Carlos Vignola
"Hay algo de aquel distanciamiento del que
hablaba Bertolt Brecht", sigue Guevara. "Porque en esos momentos el que lleva
el discurso no es el actor, sino esa máscara de clown, y el actor opera por
detrás. Y ese distanciamiento le permita ser capaz, con mayor impunidad, de trabajar
en ese tipo de escenas". Esa lógica funciona también en otro espectáculo en
cartel, Milonga sin variaciones,
sobre un texto de Vicente Muleiro y con dirección de Manuel Callau. Dos
payasos, interpretados por Carlos March y Carlos Vignola, se preguntan acerca
de esa "música" de la tragicomedia argenta que parece repetirse ad inifinitum. Así, el patético
fusilamiento de Dorrego puede despertar una carcajada, o la esperanza del sufragio,
reiteradamente ultrajada por los que prometen y no cumplen puede digerirse,
también, en el humor ácido. Mención aparte se llevan, en la puesta que se ve en
El Tinglado, los payasos mediáticos y su influencia en estas repeticiones
traumáticas.
En esta cruza singular y poderosa de clown e historia no puede faltar El niño argentino, la extraordinaria obra escrita y dirigida por Mauricio Kartún. Estrenó en 2006 y la protagonizaron Mike Amigorena y Osqui Guzmán, esta pieza "guasa" (como definió su creador) y hablada en verso, repone una de las costumbres más obscenas de las familias ricas que a principios del siglo XX viajaban a Europa con una vaca y un peón, que les proveían de leche fresca durante el periplo en barco. Con actuaciones inolvidables, Amigorena y Guzmán representaban, respectivamente, al malévolo y astuto niño de buena cuna y a su dependiente campero y falto de luces. Kartún dijo haber basado esa dinámica en los arquetipos del payaso blanco, siempre esbelto y dominante, y del tony, el pavote más bien contrahecho y destinado a ser su víctima. En la más reciente Terrenal, el autor y director volvió al clown, aunque esta vez para contar el mito de Caín y Abel, cifrado en una "versión conurbana", deliciosa y potente, de esa leyenda fundacional de la civilización.
Escena de los Marrapodi del grupo Los Macocos. Foto: Estrella Herrera
Entre tantos espectáculos y artistas, tampoco
o pueden faltar Los Macocos y los experimentos que llevaron a escena desde su
irrupción en el under de la primavera alfonsinista. Sin dudas, allí el clown es
un elemento fundamental, dentro de una heterogeneidad creativa que les permitió
construir una propuesta única y reconocible. Vale mencionar, de su larga
producción, a La fabulosa historia de los
inolvidables Marrapodi, su hipótesis hilarante sobre el origen del teatro argentino,
y ahora, el reestreno en junio, con mucho de payasada, aunque en clave
shakespiriana, de Maten a Hamlet. "De
alguna manera los clowns son inmorales, viven en un mundo equivocado y toman
malas decisiones, entonces se les permite hacer cualquier barbaridad en el
escenario. Rescato dos escenas de Carpa quemada:
la de la guerra del Paraguay, que es interpretada por clowns niños y niñas, con
unas narices negras, donde dan cuenta de la atrocidad de ese genocidio en el
que murieron millones; o la de la Revolución Francesa, cuando se manda a la
guillotina a los reyes de Francia. Son dos ejemplos claros de cómo este
lenguaje permite con humor e ironía meterse en situaciones semejantes".
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