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Las enfermeras de Malvinas no se callan más

Stella Morales, enfermera veterana de Guerra de Malvinas guardó silencio por más de 30 años tal como le ordenaron desde las Fuerzas Armadas. Fue parte del primer grupo que asisitó y contuvo a los soldados heridos en combate. Una vida atravesada por el silencio y el olvido. La lucha con la que convive para visibilizar que ellas también estuvieron allí.

Por: Ximena Quinteros
1 de abril de 2023

Stella nació en Villa María, Córdoba. Se crió en una familia humilde y es la más chica de cinco hermanos. Cuando terminó la secundaria se anotó en la Facultad de Bellas Artes, pero por un problema de salud de su mamá debió suspender los estudios. Estuvo durante tres meses al lado de su cama, en el hospital regional, asistiendo y acompañándola. Durante las largas noches que no pudo dormir, observó a las enfermeras que no daban abasto y tomó cada consejo que le dieron. "Ahí aprendí lo que es el laburo de la enfermería que muchas veces no se reconoce y decidí anotarme para estudiar esa carrera", dice desde el taller de arte que tiene en la Ciudad de Buenos Aires.


Lo cierto es que Stella amaba el arte, pero tomó el consejo familiar: "Me decían que iba a morir de hambre si seguía el camino del arte, pero si era médica o enfermera podía tener una vida económicamente estable". Ya recibida, mientras trabajaba en el hospital donde acompañó a su madre e hizo las prácticas de la carrera, se inscribió en una propuesta de la Fuerza Aérea que convocaba a enfermeras profesionales para hacer el curso de instrucción militar y egresar como enfermera militar.


"Cuando aprobé el examen dejé mi ciudad y pensé ahora voy a viajar en avión, nunca había viajado en uno, aunque a Buenos Aires tuve que ir en tren porque en ese momento la Fuerza Aérea no tenía recursos" cuenta entre risas y continúa: "En Buenos Aires hice el curso de instrucción militar con otras enfermeras profesionales. Fueron 4 meses donde practicamos defensa personal, tiro, cuerpo a tierra, como si fuéramos soldadas, como veía en las películas. Ahí egresamos como cabo principal en el escalafón sanidad y nuestro destino eran los hospitales".



Foto: Silvana Colombo



Stella trabajó un tiempo como enfermera militar en la terapia intensiva del Hospital Aeronáutico de Pompeya. A sus 27 años la convocaron, junto a otras cinco enfermeras, para ir al Hospital Reubicable que estaría en las Islas Malvinas. Se trata de un hospital móvil que el Ejército argentino le compró a Estados Unidos. Luego, los planes cambiaron y lo ubicaron en tierra firme en la ciudad de Comodoro Rivadavia, Chubut. "Cuando me convocaron mi corazón explotó, sentí nervios y mucho orgullo. Sabía que iba a atender a los heridos de la guerra, y sentí el orgullo de decir que iba a cumplir un acto solidario", recuerda Stella entre obras de arte textil que prepara para exponer en una muestra.

Las cinco compañeras viajaron en un avión repleto de soldados. Llegaron antes que el hospital y pararon en un hotel, "un lugar clave, un teatro de operaciones donde estaba la prensa internacional que nos sacaba fotos vestidas de verde y nos preguntaba qué función cumplíamos". Son las imágenes que se conocen de las enfermeras previas a la guerra.

Cuando el hospital llegó a Comodoro Rivadavia, las enfermeras trabajaron a la par de los médicos, hicieron simulacros, prepararon un hangar, que estaba muy cerca de los módulos que componían el hospital, para recibir a los primeros heridos. "Los días previos a la guerra vivimos un clima constante de incertidumbre, tensión y miedo. Respirábamos cada paso que daban los militares", recuerda la veterana de guerra.


Fotos: Silvana Colombo.


Bautismo de fuego

El día del bautismo de fuego, llegaron los primeros heridos. Stella junto a sus compañeras ya no hacían simulacros. Ahora los gritos eran reales. "Las voces de los médicos pidiendo asistencia se nos mezclaban con los gritos de dolor y llanto de los soldados que pedían por sus madres y abuelas", recuerda la veterana de guerra. Los heridos fueron ubicados en el hangar sobre camillas con lonas y mantas uno al lado del otro; en el lugar se dispusieron alambres donde se colgaron los sueros.

Ese día, Stella entendió de qué se trataba una guerra. "Eran soldados muy jóvenes que no estaban preparados, nadie estaba preparado, nosotras tampoco. Ahí me di cuenta el significado de la guerra, viví el shock de una destrucción, lo que es el olor de las heridas de guerra mezcladas con pólvora, sangre y angustia".

Las enfermeras acataron las órdenes desde el primer momento. Por reglamento siempre debían estar maquilladas, presentables, y así asistieron a los soldados aunque no podían hablar ni llorar. "Sólo podíamos contener, llevar calma y tranquilidad. Llorábamos mucho a escondidas, en soledad", remarca la enfermera y continúa: "Los soldados querían curarse lo más pronto posible porque querían volver a las trincheras donde estaban peleando sus hermanos". Stella hace una pausa y dice que, al día de hoy, no puede contar en detalle las situaciones de dolor de ellas ni de los soldados en ese momento.

El hospital Reubicable se usó durante la guerra en Vietnam bajo tierra, entonces, no tiene ventanas aunque sí cuenta con un sistema de aire acondicionado y calefacción; tiene baño, cocina, comedor, sala de internación, quirófano, terapia y esterilización Son 11 módulos muy completos. Allí pasaban las noches las enfermeras. "Nosotras nunca pasamos hambre ni frío" dice Stella, "pero sentimos lo que sintieron todos: miedo". "Yo ví cómo y de donde venían los soldados que estaban muertos de frío, con ropa que no era adecuada y con armas que no servían. Nosotras teníamos comida, ellos no. Vi las peores injusticias".

"Los soldados llegaban a nuestras manos desnutridos, nos pedían alimento en las evacuaciones aéreas, y no teníamos nada para darles, solo contábamos con jarros con té", recuerda Stella entre suspiros y la voz entrecortada. "Nos decían que estábamos ganando la guerra, pero nosotras sabíamos que no, los cuerpos que llegaban del combate nos decían que no estábamos ganando nada".

"Para mi la guerra es perder, nadie gana, no hay victorias, solo hay pérdidas, se pierden vidas, no se puede hablar de victorias, aunque para los milicos fue una derrota, por eso nos escondieron, nos callaron y ocultaron", dice con voz firme.


Foto: Silvana Colombo.


Alzar la voz

Stella fue una de las primeras enfermeras en hacer el recambio durante la guerra, no recuerda cómo fue su regreso a Buenos Aires. "En mi cabeza hay una imagen donde me veo en un colectivo yendo a Villa María a reencontrarme con mi vieja que me consideraba una heroína. A ella le conté las cosas lindas, como el día que una familia de Comodoro Rivadavia nos invitó a tomar el té antes de la guerra y que habíamos recibido los primeros heridos, que los curamos, contuvimos y nada más. La otra cara, la de la miseria, no la pudimos decir".

Stella volvió a trabajar en la terapia del Hospital de Pompeya en silencio, sabía que no podía contar nada de lo que había vivido, visto o escuchado. Durante más de tres décadas guardó silencio. A fines de 1983 pidió la baja de la Fuerza Aérea. Es que en el hospital de Pompeya, posguerra, vivió situaciones de dolor que aún no se siente preparada para contar, pero recuerda: "Tengo algo de mi vieja, y es que cuando en un lugar no te sentís cómoda y te tratan mal, tenés que irte, pero además, tenés que gritarlo y contestar y así fue el día que entregué el arma y el uniforme", dice orgullosa.

Durante décadas en Argentina no se supo sobre la existencia de las veteranas de Guerra de Malvinas. Stella recuerda que alguna vez las mencionaron como voluntarias y la prensa hasta se animó a decir que eran modelos. "Desde el 1983 al 2013 no pude contar que fui enfermera en Malvinas, que yo también estuve ahí".

Pasaron 30 años, pero el desprecio y el ocultamiento siguieron intactos. Alzar la voz y visibilizar la causa Malvinas le costó humillación por parte de veteranos y del propio Estado. La echaron de desfiles, no le entregaron los reconocimientos, diplomas ni medallas. "Cuando fui a reclamar mi medalla, porque para mí era importante tenerla, no la encontré. Me hicieron revisar un frasco de mayonesa donde estaban las de mis compañeras, pero la mía no. Cuando llamé al director me recomendó que me compre una por Mercado Libre", menciona con bronca y agrega: "Al diploma me lo entregaron. Estaba amarillo, lo guardo como un documento testigo más", remarca Stella.


Foto: Silvana Colombo.


Tampoco le dieron la pensión honorífica porque no estuvo en las islas; y a la fecha, no le permiten ingresar al Departamento Malvinas en el edificio Cóndor, sede de la Fuerza Aérea Argentina. En 2013 en un desfile en el que participaron en El Palomar por el baustismo de fuego, Stella junto a su compañera Alicia Reynoso levantaron por primera vez, frente al palco, su estandarte de veteranas de guerra de Malvinas. "Cuando pasamos cerca del palco nos retrasamos, quedamos separadas de los varones y ahí levantamos nuestro estandarte que llevabamos al desfile escondido en la ropa. En ese momento la gente nos aplaudió vieron que existimos, ese es el mayor reconocimiento para una veterana", dice orgullosa.


Los derechos que pudo conquistar con el correr de los años, fue junto a su compañera Alicia Reynoso. Ambas no paran de caminar y alzar la voz. Los reconocimientos que obtuvieron fueron gracias a los juicios que le hicieron al Estado por discriminación, procesos judiciales que tardaron más de una década. Recién en 2021 Alicia Reynoso y Stella Morales fueron reconocidas como veteranas de guerra, "los juicios tuvieron perspectiva de género, sentaron precedente", remarca Stella.

Hoy su lucha continúa para que sus compañeras reciban, como merecen, la pensión honorífica que les corresponde por ser veteranas de guerra. "Para que nos reconocieran tuvimos que levantar la voz en un ámbito machista y violento. Cuesta entender que nosotras estuvimos ahí. Parece ser que la guerra es cosa de hombres".


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