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Nicolas Cage: la metamorfosis de un rockstar

Evasión de su familia "famosa", problemas financieros y un criterio muy personal para elegir roles cinematográficos. Un actor de Hollywood que escapa al molde y propone un show diferente donde la regla es, simplemente, cambiar para vivir.

18 de enero de 2023

En toda disciplina parece haber un estereotipo que establece el comportamiento "esperable" y- con variantes- también en Hollywood se espera que cada actor o cada actriz pueda entrar en alguna categorización. Por ejemplo, entre los actores activos algunos suelen ser más reservados, como Day-Lewis, mientras que otros deambulan por la agenda mediática, como Ezra Miller. Pero siempre hay excepciones y para algunos actores -pocos, eso es verdad- no todo es cuestión blancos o negros. Hay, de hecho, alguien que desde siempre se mantuvo en ambos lugares a la vez. Su nombre: Nicolas Cage.

Casi sin buscarlo, Cage es parte de las conversaciones de la gente, tapa en diferentes medios de comunicación desde hace más de tres décadas y protagonista de situaciones tan bizarras y excéntricas como problemáticas. Ya sea por sus papeles en películas, por sus problemas con el fisco, por sus matrimonios fallidos o por sus peculiares mascotas, a los (casi) 60 años el actor se mantiene más vivo que nunca con una particularidad: su relación con el cine evoca una que dejó de existir hace varias décadas. Veamos por qué.

El rebelde del Clan Coppola

Nicolas Cage y su tío, Francis Ford Coppola

Nicholas siempre se esforzó por guardar el secreto. Su secreto, el que lo une a una de las familias más famosas y consolidadas de Hollywood. Hijo de August Floyd Coppola y Joy Vogelsang, sobrino de Francis Ford Coppola y primo de Roman y de Sofía (Coppola, desde luego), es uno más del clan pero nunca quiso ascender en base a eso. Si bien recuerda con cariño la experiencia de correr entre los trípodes y cámaras del rodaje de El Padrino junto a sus primos, el nepotismo es algo que nunca le sentó bien, motivo por el cual modificó su nombre al que desde entonces todos conocen.

Poco más de 20 años después del auge de James Dean, la mítica figura del rock y la rebeldía de los 50, su fantasma seguía influyendo en las nuevas generaciones y Cage fue parte de esto. Alguna vez aseguró que ni el rock ni la música lo atravesaron de la manera en que lo hizo el protagonista de Rebelde sin Causa (Rebel Without a Cause, 1955), y convertirse en él fue su objetivo máximo. Siendo parte de un apellido ya instalado en la industria podríamos llegar a pensar que el proceso podría facilitarse, pero no: fue rechazado la primera vez que audicionó para una película de su tío Francis, Los marginados (The Outsiders, 1983), aunque lograría hacerse de un papel en la posterior La ley de la calle (Rumble Fish, 1984).

Kathleen Turner y Nicolas Cage en Peggy Sue Got Married (1986)

La fortuna y el éxito eran cosa de su tío y sus primos, por lo que crecer siendo parte de una familia de renombre pero a media luz pudo haber contribuido a su condición de outsider, lo que se vería en un futuro no tan lejano.

La esquizofrenia de su madre, quien entraba y salía de psiquiátricos con regularidad, pudo haber sido otro motivo por el cual un joven Nicolas desarrollaría una manera de expresarse diferente del resto. Las condiciones estaban presentadas.

Muere una estrella

Nicolas Cage en una de su películas más memorables, Wild at Heart (1990)

Aunque para muchos jóvenes el nombre de Nicolas Cage se asemeje a un meme o a un actor de películas genéricas y descartables, existe un colchón de filmes protagonizados por Cage en los que fue dirigido por los más grandes exponentes de este arte. Por ejemplo, trabajó con su tío, Francis Ford Coppola, pero también con David Lynch, Brian De Palma, Martin Scorsese, Charlie Kaufman y con los hermanos Cohen, entre varios más, además de ganar el Oscar a mejor actor con la película Adios Las Vegas (Leaving Las Vegas, 1995) en 1996.

Trastabilló varias veces, claro está, aunque el gran declive se hizo evidente cuando sus problemas financieros tomaron el control de su vida. Llegó a perder más de 150 millones de dólares (sin contar lo que debe de impuestos evadidos) y tuvo que vender varias de sus propiedades para salir a flote. Llevar adelante y mantener un estilo de vida de estrella no debe ser fácil (sólo mantener la salud de su madre le constaba 20.000 dólares al mes), y menos cuando tu patrimonio comienza a licuarse como lo hizo el suyo.

Nicolas Cage en Leaving Las Vegas (1995), papel con el que logró ganar el Oscar a mejor actor

Negado a declararse en bancarrota, Cage presentó lucha y modificó radicalmente su criterio para seleccionar papeles. Eso no significa que desde entonces haya aceptado cualquier rol que se le presentase con tal de facturar, pero sí hubo un cambio rotundo que afectó su costado artístico. A esa altura y con un Oscar en su haber, sintió que ya no necesitaba demostrar nada.

Gracias a esta nueva etapa se llegó a joyas cinematográficas modernas como Mandy (Panos Cosmatos, 2018), Color out of Space (Richard Stanley, 2019), Pig (Michael Sarnoski, 2021) o El Peso del Talento (2022). Pero, además, quedaría aún más en evidencia aquel lugar único que ocupa Cage dentro de la industria: es uno de los viejos, uno de aquellos que trabajan por y para el cine aunque los fines sean otro. Cage construye, en 2023, algo que se dejó de ver desde hace más de 50 años. Y, tal vez por eso, encanta.

Único en su especie

Nicolas Cage en uno de sus últimos memorables papeles, Mandy (2018)

En las últimas dos décadas, Nicolas Cage llegó a promediar cuatro películas por año e incluso hubo algunos en los que realizó seis, un número elevado para cualquier actor, y mucho más llamativo viniendo de alguien de renombre y con trayectoria. En ese sentido, su modo de hacer cine recuerda a la época dorada de Hollywood, cuando los artistas eran parte de múltiples proyectos anuales fruto del crecimiento masivo de la industria en sus primeras décadas. Cage lo hace así en pleno siglo XXI y toma al cine como oficio, algo que la mayoría de los actores ha dejado de hacer hace tiempo. Lejos de elegir a dedo según tal o cual motivo, es una estrella marchita que no se hace cargo de semejante título y se lanza al vacío una y otra vez. Lo suyo es eso: el salto de fe.

Algo que no podría hacer otro que no fuera él, quien sin buscarlo se convirtió en un actor de culto -en el mejor de los sentidos- a raíz de sus elecciones, alejado de sus pares y cercano a un público que conecta con su naturaleza impredecible. "Soy alguien de otra época y quiero mantener el aura misteriosa que pueda tener. No quiero ser parte de ese club", sostuvo alguna vez en referencia a por qué motivo no posee una sola red social.

Un joven Nicolas Cage posa a principios de la década del ochenta.

Llegó a tener 15 propiedades y a comprar más de 20 autos en un mismo año, hasta hace no mucho tenía una serpiente de dos cabezas de mascota y está embarcado en su quinto matrimonio. Está claro que si mirara atrás llegaría a la conclusión de que adrenalina y anécdotas no le faltaron. Como un viajero en el tiempo Cage vive el presente en 1940, como un actor más de un reparto de 20 actores, toma papeles y decisiones como si el riesgo fuera el motor de las elecciones y -lo más importante- evitando el lugar seguro que brinda la industria actual. Se anima a un misticismo que nadie logra en la escena.

Detestable, querible, insólito y gris. Cage desestabiliza el establishment de lo que debería ser y tras haber triunfado hoy elige un lugar incómodo. Arriesga y toma lo que haya, mientras insiste en que -pese a que varias de las películas en las que estuvo fueron mediocres- él nunca interpretó un rol que no sintiera. Este año lo veremos interpretando a Drácula en Renfield y trabajando con el director noruego Kristoffer Borgli en Dream Scenario. Lejos de los reflectores centrales y con el espíritu de Elvis (otro de sus grandes ídolos) o de James Dean en las venas, asistimos a la última metamorfosis de, quizás, uno de los últimos rockstar de Hollywood.



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