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Qatarsis: trae la espuma que la Copa la ponemos nosotros

Después de tanta ansiedad, Burzaco se viste fiesta y esta vez la plaza no alcanza. La celebración es ya a otra escala porque -después de 36 años- Argentina vuelve a ser campeón. Y del mundo.

19 de diciembre de 2022

"Que de la mano, de Leo Messi toda la vuelta vamos a dar". Cantos y festejos en la plaza, otra vez.

Dos goles a favor no eran suficientes. Queríamos más antes de que finalizara el primer tiempo porque -lo sabíamos- después del descanso Francia iba a salir a modernos. La hinchada se sentía ganadora desde el minuto cero y alentaba como nunca -o como siempre que se siente unida- y el equipo entró pisando el césped con un aura de guerreros que a nadie le quedó la camiseta de la duda: Argentina ya era en nuevo campeón del mundo. Pero Mbappé no estuvo de acuerdo y salió a igualarnos.

¿Cómo te lo explico? En dos minutos nos pusieron de cabeza y nadie entendió nada. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue? Lo que parecía una guerra ganada se esfumó en un pestañeo, pero el argentino sabe de sufrir, de caerse y levantarse cueste lo que cueste. El argentino "vulgar", ése que se embarra en el potero y no llega a fin de mes, el que es capaz de tatuarse a Messi en la espalda con la copa de las Américas. Ese modelo de argentino se toma el Roca toda la semana en hora pico, ¡mirá si ése, justo ese, no va a saber lo que es sufrir!

Alargue y traigan un marcapasos porque hoy parece que nadie se salva del infarto. Un gol número tres que se gritó dos veces y un penal en contra que no miramos, no pudimos. Ni un testigo falso transpiró tanto como todos nosotros en los treinta minutos del alargue. Cada quien con su cábala y rezando a todos los dioses, los 45 millones de argentinos aguantaron la respiración lo que duraron los penales. El Dibu lo había pronosticado: "Mirá que te como". Y se los comió.

Al Diego o a los dioses, se agradece igual.


Saltaste de emoción, te abrazaste con el de al lado, le besaste la pelada a tu cuñado y te acordaste que sos de River y prometiste tatuarte los colores de Boca si Argentina salía campeón. Ni eso te impidió salir a conquistar la calle como lo hice yo. La suerte de vivir en una era donde podés ver a la Scaloneta levantar la copa más tarde para echarte de lleno al festejo con el pueblo, que esto sólo se vive una vez cada cada años (con suerte) y hoy nos tocó.
Doña Paula tiene 87 años y la espalda encorvada. Parece chiquita y débil, pero un espíritu mundialista irrefrenable la arrastra hasta la vereda y me cuenta que no se pierde de este momento ni loca. Va a buscar a su nieta que vive a la vuelta, con la emoción de haber recibido el esperado regalo de Navidad. Quiere que su nieta la acompañe a la plaza para festejar. Las dos coincidimos en haber sufrido esta final pero ¿qué importa lo que pasó? Ahora sólo importa lo que viene y no hay que hacerlo esperar.


Miedo y plata nunca tuvimos y ¡es tan cierto! No hay pueblo más merecedor de esta copa que el argento. Porque puede con todo: con el tren Roca en hora pico, con los piquetes y con las manifestaciones, con la delincuencia y la devaluación. Puede incluso contra Thor y su chasquido de dedos. Y hasta creo que no recupera las Malvinas porque todavía no se lo ha propuesto.
Burzaco es inmenso este domingo. La gente sale de abajo de las piedras y en un segundo la plaza principal se llena. Bombos y redoblantes, espuma y humo de colores, vinchas y réplicas de la copa que brillan entre las banderas. Mucho hincha con ganas de cantar que se ganó la final, que somos campeones, otra vez: como en el '78 y el '86. Las gargantas son parlantes, los gritos de victoria hacen temblar el Monumento a la bandera y los vecinos que recién llegan se suman a los coros.


Los abrazos, la emoción, el llanto de Scaloni que es el llanto de todos y felicidad por donde quieras. Abundan las camisetas de Messi, pero entre todos los presentes armamos más de una selección. Cada uno con su preferido, todos amantes del mismo equipo que nos regaló el triunfo y habilitó la tarde para salir a gritar-como no- "¡Dale campeón, dale campeón!"
Dejaron la olla con los fideos en el fuego, se olvidaron de ponerles agua a los perros, no saben si cerraron la puerta con llave, pero nada de eso importa porque suena fuerte la canción y hay que cantar: "Y al Diego, desde el cielo lo podemos ver con don Diego y la Tota alentándolo a Lionel". Lloran, se ríen, saltan abrazados y agitan las remeras, las banderas, "aguantan los trapos" como se dice en el conurbano. Un derroche de alegría que va a durar por años.


Se llaman y se arengan a subir al camión. Porque sí, porque pueden, porque hoy son campeones y los habilita a celebrar de las maneras menos pensadas. Mientras tanto, el público se renueva y las esquinas se van copando de albicelestes porque un alfiler es grande para el espacio que queda en la plaza. Estamos todos, no falta nadie. O sí: faltan los 11 guerreros que nos devolvieron la fe, pero esa es otra historia para seguir festejando mañana.



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