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Una yerba mate con más ciencia y menos agrotóxicos

La yerba mate es nuestra bebida nacional pero también un cultivo en el que se utilizan muchos productos de síntesis química. Es por eso que tres investigadoras misioneras están desarrollando un bioinsumo para reducir su uso. Y fueron premiadas por eso.

16 de septiembre de 2022

Misioneras y enamoradas del mate, como tenía que ser, la licenciada en Genética Patricia Schmid, la ingeniera forestal Silvina Berger y la bioquímica Ana Mari López desarrollan desde hace más de una década una investigación muy especial. Están desarrollando una sustancia natural que impulsa el crecimiento de las plantas de yerba mate sin necesidad de químicos que afecten la salud.

Las profesionales llevan a cabo su tarea en el Laboratorio de Bioinsumos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) con sede en Montecarlo, un municipio ubicado a unos 188 kilómetros de Posadas, la capital de Misiones.

A principios de este año, el equipo ganó uno de los cinco Premios Arcor a la Innovación, tras una evaluación conjunta de representantes del galardón y del Ministerio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCyT).

Pero, ¿por qué las premiaron exactamente? "Aspiramos a que en las plantaciones de yerba mate no se utilicen más químicos sino bioinsumos o prácticas más amigables con el medioambiente. Es decir, pasar a un cultivo orgánico o ecológico de yerba mate", explicaron.

El proyecto aún está en etapa de desarrollo y para llegar a una producción a gran escala, desde luego, necesitaría disponer de mayores recursos. Pese a tener el potencial de generar beneficios no sólo desde el punto de vista económico sino también sanitario y ambiental, la falta de financiamiento estancó la iniciativa. Para pasar a la siguiente etapa, se requerirá de $ 7.000.000, de los que aun no disponen.


Agrotóxicos, el enemigo íntimo

Creados por la industria química luego de la Segunda Guerra Mundial y para seguir asegurándose las ventas luego del conflicto armado, los agroquímicos, agrovenenos o agrotóxicos -la denominación varía según quién tome la palabra- son sustancias diseñadas en el laboratorio con el fin de exterminar insectos, bacterias, animales o bien plantas que pudieran afectar a un determinado cultivo.

Pero, tratándose siempre de biocidas (eliminadores de la vida), nunca resultan del todo inocuos. De hecho, desde hace décadas distintos estudios científicos advierten que su uso (aun en mínimas dosis) puede impactar tanto en los ecosistemas como en la salud humana. Muchos de ellos son persistentes, permanecen décadas en los suelos, pueden contaminar las napas de agua y tienen incluso la capacidad de viajar kilómetros. De hecho, hay pesticidas hasta en la Antártida, aun cuando allí, claro está, no se siembre nada. Tal es la capacidad que tienen los agroquímicos de contaminarlo todo.

Un mate por la salud

Cuando, como sucede en el caso de los yerbatales, se aplican agroquímicos antes de la siembra, durante el crecimiento de las plantas, antes de la cosecha (los llamados "secantes") y también después, para evitar que las plagas se apoderen de lo cosechado, los problemas de salud están a la orden del dia. Y se vuelven especialmente evidentes en las poblaciones que rodean los campos fumigados.

Aparecen asi problemas reproductivos (pérdidas de embarazos), alteraciones genéticas, problemas respiratorios y también se detecta un incremento en la incidencia de patologías como el cáncer, la leucemia, las afecciones neurológicas y todo tipo de enfermedades autoinmunes, como el lupus.

De hecho, hace ya siete años (en marzo de 2015) que la Organización Mundial de la Salud (OMS) catalogó al glifosato, uno de los herbicidas más utilizados en todo el mundo, como "probable carcinógeno en humanos". Traducción: posible causante de cáncer.

Es por todas estas razones que el proyecto liderado por estas tres científicas argentinas resulta tan esperanzador. Ahora sólo resta que aparezcan los fondos necesarios para ponerlo plenamente en marcha.


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