Sociedad
Historias multigeneracionales de la calle, para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. El rebusque ante la crisis.
Por: Migue Fernández
13 de enero de 2024
El sol no da tregua en las inmediaciones de
la Plaza Miserere. Es un mediodía de enero y la temperatura máxima roza los 30
grados, aunque el asfalto los multiplica. Es otro día más para los cientos de
puesteros, manteros y vendedores ambulantes que recorren estas calles. El
rebusque a la orden del día en una economía castigada, que siente rápido el
impacto del ajuste.
Llegan desde lejos. Tienen alimentos,
bebidas, indumentaria, accesorios tecnológicos. Hombres y mujeres de todas las
edades exhiben sus mercaderías enfrente de los comercios de la zona, escenas de
la informalidad ya naturalizada.
La calle como única alternativa. Depender exclusivamente de uno para la subsistencia. Libre mercado. El trabajo dignifica.
"Vienen
por tus derechos". ¿Cuáles?
Estalló el
verano
La pila de chipá argolla está por la mitad.
Mónica (61) se irá una vez que los venda todos. Dos por mil pesos es el precio,
hoy. "Aumenta todo cada dos por tres",
se queja. Es de Paraguay y vive en Morón desde el año 2001. Ya tiene 20 años de
trabajo en la estación Caballito del Tren Sarmiento.
Vive sola y le alcanza. El momento es
complicado, pero lo atribuye a la temporada. "En enero y febrero la gente come menos. En invierno repunta", comenta
a El Editor. Hay que pasar el
verano...
Zoila (56) es otra veterana de la crisis.
Es de Perú, vive en General Rodríguez desde el 2000 y hace tan solo unos días
que sale a vender bebidas frías en la calle. Es ayudante de Kinesiología,
perdió su empleo y no hay oportunidades o no están bien remuneradas para
alguien de su edad. Con lo que tenía se compró una heladerita.
"A la gente no le alcanza para nada", se lamenta. El momento es crítico y piensa que no llegará a ver las supuestas mejoras que se pronostican para las décadas venideras. Vive al día. Es una timba. En una jornada calurosa como esta, puede vender todo. "El otro día llovió y solo vendí cuatro gaseosas. No me dio ni para comprar el almuerzo", reconoce.
Fotos: Natalia Castro.
Hay
que laburar igual
Alessandro no se interesa en política. Tiene 19, vive con su madre y dos hermanos en Villa Celina. Desde hace dos años que viene a la Plaza Miserere a vender "marcianos", jugos congelados de fruta caseros. Los vende a 600 pesos. Le regatean dos por mil. Dice que no, que paguen lo que vale. El mercado en acción.
Votó en blanco. Asegura que vive de la
plata de la gente. ¿Y si no tienen un mango? "Cualquiera que gobierne, yo tengo que trabajar todos los días",
sentencia. Una frase que se repite.
Mientras habla con este medio, dos mujeres
de Espacio Público le exigen que se vaya. No puede estar trabajando. Las
agentes aseguran que esa es la modalidad. Dos por sector, todo el día corriendo
vendedores. "Si alguno se rehúsa,
llamamos a la Policía y vienen al toque", afirman. Alessandro se va, pero
se instala a la media cuadra. Hay que laburar igual.
Brisa viaja desde Moreno, tiene 18 años y es vendedora de remeras. Se aburre al lado de su manta. "Está todo muy parado", dice. Su 'vecino' le pide que le cuide las cosas, que tiene que irse un momento y ella asiente. "Nos cuidamos entre todos". Hay solidaridad entre los que patean la calle.
Foto: Natalia Castro.
Esperando
el impacto
"La
gente va a sufrir, muchos de los que están acá lo van a sentir. Pero va a
servir para algo". Pablo tiene 19 años y vende
ojotas. Está de vacaciones, estudia para ser productor audiovisual. Le gustan
las comedias. Dice que no hay ventas. Cita los dichos de Javier Milei en torno
a la estanflación. Aumento de precios y estancamiento. "El golpe será duro, pero las expectativas están en que la situación
mejore", asegura a El Editor.
"La
gente está resignada a lo que está viniendo. Es un 'estamos en el baile,
sigamos bailando'. En un mes o dos se va a sentir peor", advierte Jorge (67), cafetero de San Cristóbal. Es de Jujuy y
desde hace más de cuatro décadas que sale con su carro. "He pasado crisis, pero nunca como lo que se está viviendo ahora",
se aflige.
Su preocupación es por los jóvenes o
quienes recién empiezan. Él lleva tantos años en esto que la situación,
asegura, "no le afecta". Tiene su red
de compradores fijos. Vende a la mitad de lo que cobra una cafetería en la
zona. Y no les ajusta de más. "Prefiero
ganar menos, pero mantener la clientela", dice con sabiduría.
Puede hacer hasta 30 termos diarios, según
la época. En invierno, desde luego, se toman más bebidas calientes. El día
empieza a las 4 de la mañana y termina a las 20. "Llego fundido", admite.
El rubro del café está particularmente
afectado, por el faltante en las góndolas y la suba de costos. "Esto se vivía en la época de Alfonsín, pero
había productos. Hoy no hay nada. Quiero abastecerme de algo y no lo encuentro",
reclama, a la vez que cuestiona la libertad en el mercado: "No hay control de precios, cada uno cobra lo que quiere. Si lo querés
lo llevás y sino chau".
El escenario se presenta complejo de cara a los primeros meses del 2024, que auguran una caída en el poder adquisitivo, una fuerte recesión y un consecuente crecimiento del empleo informal. Ocupación al fin, pero sin ningún tipo de contrato que ofrezca estabilidad, prestaciones, protección social o representación.
Bamba es de Senegal y vive en Argentina
desde hace apenas tres meses. Vende anteojos de sol a 3 mil pesos cada uno,
pero hay poco movimiento. "No hay plata",
dice. Casi no habla español, pero aprendió a la perfección el lema de la época.
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