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Yoga en la cárcel: conectar para transformarse, meditar para liberarse

En la Unidad 33 de Los Hornos, un grupo de mujeres practica la disciplina una vez por semana. Cómo son estos encuentros de hermandad, aprendizaje mutuo, trabajo físico y mental, que a su vez ayudan a atravesar el día a día en contexto de encierro

Por: Laura Funes
13 de mayo de 2023

En la Unidad 33 de Los Hornos, hay más de 260 mujeres detenidas. Algunas hace meses, otras hace más de 10 años. El penal fue inaugurado a comienzos de 1999 y cuenta con una característica particular: tiene un pabellón destinado al alojamiento de embarazadas y madres con hijos e hijas menores de 4 años.

Todos los jueves por la mañana, Mariana Lekander recibe a un pequeño grupo de internas. No serán más de 15. Las abraza una por una. Conecta con ellas, las escucha y muchas veces las contiene. Durante una hora y media las guía hacia un viaje interno, un viaje hacia lo esencial.

La primera vez que dio clases de yoga en la Unidad 33 fue hace poco más de diez años, en 2012. Tiempo después quedó embarazada y durante siete años se dedicó a su maternidad y a la enseñanza particular.

Pero fue recién el año pasado cuando entró en contacto con La Reja, un grupo de voluntarias de La Cámpora que dicta talleres de Derechos Humanos, Feminismo Popular y Justicia Social en contextos de encierro.

Y así, una década más tarde, se sumó a los voluntariados y volvió a la Unidad 33 de Los Hornos. Mucho antes, cuando estudiaba en Bellas Artes, dictó una serie de cursos de alfabetización para adultos en barrios vulnerables y se metió de lleno en el mundo de la educación popular.

"Lo que plantea la educación popular es que no hay una relación vertical de la persona que va a dar un taller o a brindar un conocimiento; más que ir a dar algo que el otro no tiene, es un encuentro que lo que busca es que todos nos transformemos mutuamente", explica Mariana a El Editor.


Gentileza Mariana Lekander


"En esta segunda experiencia fui con una decisión muy marcada de ir a trabajar con mujeres. Ya no me daba lo mismo como en la primera vez. Creo que hay una posibilidad de transformación desde el ser mujer y desde el reunirnos, y en este contexto histórico que es como una gema, como un tesoro que lo tenemos que aprovechar y que nos nutra como sociedad. Hay una posibilidad de transformación desde las mujeres y todo lo que podemos llegar a generar en nuestros entornos. Y la experiencia de ser madre me hizo tener una perspectiva totalmente diferente".

Las clases en el penal duran aproximadamente una hora y media. Empiezan con movimientos suaves, de limpieza articular, con la idea de descomprimir y empezar a entrar en contacto gradualmente con la respiración y el movimiento.

Después se entra en una curva ascendente de intensidad, cambios de posturas más rápidos para que realmente se movilice todo lo que internamente está muy estancado. Eso también ayuda a la desintoxicación. Es que muchas de las internas que asisten a las clases de yoga tienen problemas de adicción. La que no consumía afuera, empezó a consumir adentro. Marihuana, cocaína y mucha pastilla. La parte de la desintoxicación tiene que estar dentro de la práctica. Es una condición.

Casi al finalizar, la clase vuelve a bajar y Mariana se detiene en ejercicios de respiración, muy básicos, muy sencillos, para poder trabajar con Pranayama.

"Con Pranayama se empieza a trabajar con cosas mucho más sutiles como los estados mentales, los estados emocionales. Pranayama se trabaja toda la clase en realidad, siempre estoy recordando que vuelvan sobre su respiración", cuenta Mariana.

Pero la respiración que practican en las clases, trasciende las clases de los jueves y se transforma en una herramienta para el día a día en el encierro. Ellas mismas le cuentan a su profesora que respiran para dormirse cuando están muy nerviosas, angustiadas. "Me ponía las manos en la pancita y respiraba. Me hizo re bien", le comentó una de las internas.

Al final de las prácticas, se trabaja bastante con meditación guiada, con visualizaciones, porque realmente lo necesitan. Necesitan irse mentalmente de la opresión que tienen y de la absorción del contexto de encierro. "Ellas piden un montón de meditación guiada. Siempre fui bastante reacia a trabajar de esa manera porque me parecía medio chamuyero 'pensemos en positivo y todo va a ser positivo'. Estamos entre cuatro paredes. Me ha costado y ellas me lo empezaron a pedir mucho y fue ahí donde entra la perspectiva popular, donde uno realmente cree que va sabiendo lo que el otro necesita".

Fueron ellas, las propias internas, las que empezaron a pedir visualizaciones del mar, la playa, la libertad.

Los encuentros son muy profundos. Hay hermandad, es un lugar donde están seguras, donde pueden realmente mostrarse cómo son, sin tener que estar en guardia, en alerta. No todos los vínculos son armoniosos y hay situaciones de mucho estrés, de mucha violencia cotidiana y sostenida a lo largo del tiempo.

Hay mujeres que están hace 10, 12 o 15 años en el penal. "Es imposible que no te afecte", resalta Mariana.



Gentileza Mariana Lekander



En la cárcel hay una hostilidad de base, tanto entre internas como con el personal del Servicio Penitenciario. Todo tiene un código interno del que si no sos parte, te empieza a atrapar de alguna manera. "Ellas mismas te cuentan, 'esto te come', te dicen. La otra vez una chica me dijo, 'todo lo que hice hasta ahora, desde que entré acá, es para que esto no me coma, para no transformarme en esto'".

El movimiento feministra también atravesó por completo a la Unidad 33. Ya no es la misma que en 2012. Y mucho tuvo que ver el cambio de dirección. Ahora, hay perspectiva de género y una visión un tanto más humanista sobre las internas. No dejan de ser mujeres, muchas de ellas madres, tanto afuera como adentro.

Mariana nota esa diferencia. El penal cambió desde que dio su primera clase de yoga en 2012 y cuando volvió diez años después. Ese cambio se refleja en gran medida en la relación que tienen las penitenciarias con las internas.

"En general, hay una mucho mejor relación, incluso he visto mujeres penitenciarias levantando chicos a upa, cosa que antes no podía suceder porque se armaba. Era como 'no me toques la cría', se generaba la cosa más animal".

Y en este punto recuerda una situación puntual. "Estaba hablando con una de las chicas que vienen a las clases y justo tenía que esperar que le den una noticia sobre su expediente. Era algo muy importante y vino una penitenciaria, que se lleva muy bien con ella. Le habían dado un permiso de salida para ir al cementerio a visitar a su mamá que se había muerto hace poco, que no la había podido despedir. Y lloró con ella. Lloramos las tres. Es muy esperanzador. Habla de un cambio radical en lo que es el sistema. Por lo menos hay una posibilidad, una ventanita que se empieza a abrir".

El contexto de encierro es durísimo en muchos aspectos, desde el físico hasta el mental. En las clases de yoga, las internas van a encontrarse con todo eso y buscan la manera de atravesarlo. Atravesar esa conciencia del dolor, de la molestia, de la incomodidad, de la angustia, de todo lo que les esté pasando.

Muchas veces se sientan, se saludan, se dan un abrazo y se ponen a llorar. A veces se acuestan y se duermen. Se relajan con una profundidad que, quizás, en el resto de los días, no pueden. No tienen un lugar donde hacer eso.

Mariana da clases afuera hace 13 años y lo que se genera en ese contexto de encierro no es lo mismo, es totalmente diferente. "En general, el ser humano, cuando se encuentra en situaciones de extrema vulnerabilidad, donde de alguna manera se despoja de todo lo accesorio en su mente, en su corazón, queda a un lado y en lo único que se enfoca es en lo esencial. Cuando todo lo transitorio se hace muy evidente y lo esencial se hace tan relevante y toma tanto volumen, pasa algo muy fuerte, del orden de lo inexplicable".

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